Segundo and Leny Rodriquez

La palabra de Dios llegó a mi vida siendo yo muy pequeño. Al costado de mi casa se abrió un club de niños en el que se enseñaba la palabra de Dios. Aunque recibí enseñanzas bíblicas desde muy tierno, mi conversión a Jesucristo se demoró todavía un poco. Las enseñanzas que recibí de pequeño no evitaron que yo fuese un hijo rebelde y desobediente.

En mi familia se convirtieron mi mamá y mi hermano mayor. Este mi hermano mayor se dedicó al ministerio y hoy tiene ya más de 30 años como pastor. Cuento este detalle de mi hermano porque cuando tenía unos 11 años hice una profesión de fe. Resulta que me enfermé gravemente a esta edad y como consecuencia de la enfermedad tuve una fiebre muy alta y hasta deliraba. Justo cuando estaba con el temor del delirio mi hermano mayor me habló de entregarme al Señor Jesucristo. Recuerdo bien que lo “hice”. Sin embargo, después, cuando ya estuve sano, mi vida moral no mejoró… !empeoró! El que haya sido así me mostró que yo no me había convertido como debía ser, sino que había orado por el temor a la fiebre y al delirio que tuve a causa de la enfermedad.

Como ya he dicho, mi vida antes del hecho anterior era rebelde y desobediente. Después, mi vida fue peor. Entre los 11 y los 22 años de mi vida no hay nada bueno que contar. Pues viví en una forma muy desordenada. Mi situación moral y espiritual empeoró cuando fui al servicio militar. Una vez que salí del ejército intenté enrolarme en el narcotrafico en la selva del Perú. Quería ganar bastante dinero y… ¡rápido! Gracias a Dios nunca pude meterme en ese ilícito negocio. Esto no significa que no me hubiese metido en problemas, la verdad es que sí me metí… y en muchos. Después de haber andado por la selva del Perú por dos años. Regresé a la ciudad de Trujillo. En Trujillo seguí viviendo desordenadamente hasta que entregué mi vida a Jesucristo.

Mi conversión a Jesucristo ocurrió gracias a que uno de mis hermanos, que ya se había convertido tiempo atrás y que estaba enseñando en el Seminario Bautista del Perú con sede en Trujillo, intercedió por mí ante uno de los misioneros americanos, el Misionero. Stanley Templeton, para que me diese trabajo como ayudante en la construcción de su casa. Gracias a Dios, me dieron el trabajo y es así como empecé a ver y a oir otra vez el evangelio de Cristo.

El día mi conversión a Jesucristo fue el 29 de Junio de 1987. Ese día fue lunes, lo recuerdo bien y nunca lo olvidaré. Ese día me desperté como a las 5 de la madrugada. Como estaba todo oscuro, me pregunté si es que estaba muerto. Luego de darme cuenta de que no era así, me hice las siguientes preguntas: “¿Voy a vivir con este desorden y este vacío siempre? ¿Para vivir así es que me ha creado Dios? ¿No hay una vida mejor que la que vivo?”.

Estas preguntas me llevaron a pensar en Jesucristo. Pensé en que debía entregarme a él. Su nombre vino a mi mente y a mi corazón como mi única opción. Empecé a creer que él era el único que podía darme una vida mejor y el único que podía sacarme del profundo vacío existencial en el que vivía. Pero este pensamiento estaba empañado por las preguntas siguientes: “¿Podré dejar mis vicios y mi mala manera de vivir? ¿Qué es lo que dirán mis amigos? ¿Podré cumplir con las exigencias de Jesucristo?”.

En mi interior hubo una lucha intensa por varias horas. Serían más o menos las 11 de la mañana cuando decidí que iba a entregarme a Jesucristo. Como estaba en ese momento en el Seminario Bautista Del Perú, fui a buscar al Misionero Stanley Templeton. Eran ya como las 2 de la tarde cuando bajo la guía de este siervo de Dios, le dije a Jesucristo: “Señor, estoy cansado de vivir como estoy viviendo. Si tú puedes darme una vida mejor que la que tengo, te entrego mi vida”.
Después de haber orado así y de escuchar algunos consejos del misionero Stanley, salí del local del Seminario y mirando hacia el cielo le dije a Dios: “Ahora vive tú en mi vida”. Ese bendito día mi vida cambio. Después de mi conversión me integré a la Iglesia Bautista de La Esperanza en Trujillo, Perú. Me bauticé pronto. Luego pensé en que lo único que yo debía y quería hacer era… ¡predicar el evangelio!